Monstruo de la lengua


El discurso poético es un grito primitivo de lo humano y como tal el más reprimido, sometido, oculto, relegado a los fondos. La poesía como la vida, es la posibilidad de error, el desvío. El lenguaje como travesía sin rumbo, imposible, pura deriva. Se trata de hacerse o deshacerse por la palabra, dejarse tomar por un estado de incomodidad, la poesía nos asalta, nos interviene, es la tentación de ser habitado por el abismo o el desierto cuando la experiencia se vuelve balbuceo. Ella se escribe en papeles ardientes, una biblioteca de fuego que convierte en cenizas las certezas, humo perturbador. Es el signo que desmantela con irreverencia el orden de la lengua, lleva en su cuerpo la descanonización, desprohibe, rompe las normalidades.
Somos escritos y leídos, subvertidos, babelizados. Y así el monstruo poético se devora a la primera persona, tritura al yo.
No hay poetas.
Hay poesía.
Escribir es un hecho invisible, pantanos de niebla para el nombre propio.
Hay arte como éxodo, como exilio, intemperie, vida desnuda que se entrega.
Al fin de cuentas, es un acto sagrado de traición, palabra insubordinada, rebelde; la mirada poética es siempre carencia, un manifiesto de la precariedad, una ética de la pérdida frente a la nada nítida.
Lo que se escribe, se da, se pierde…


Gabriel Penner
(Escrito para la Revista “Timbó Cultural” Edición Junio de 2010.

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