La amante de Karl Kraus



Caminante, flaneur de la Viena modernista y barroca, acodado en salones de crítica y lectura, en pleno inicio del siglo XX., el joven Kraus va en busca de su amante: la lengua.
Toda su vida estará marcada por ese fuego, que será revelación también del mundo y sus circunstancias. El polemista Karl Kraus unirá el papel y la llama, encenderá un periódico de crítica cultural “Die Fockel” (La antorcha) para  ser el fiscal de sus contemporáneos que maltrataban a la palabra. Los males del mundo estaban evidenciados en el asesinato de la lengua, en el palabrerío, en el cliché, por eso Kraus  insiste con su amante y escribe:

El artista es tomado por la palabra".

Trajina de noche asaltado por las máscaras en plena fiebre, su registro es la sátira, su objetivo la polémica. De este modo emprende una épica del hombre solo que se multiplica para enfrentar a la barbarie: actor, poeta, conferencista, crítico, acomete contra el sentido común que ha ganado al periodismo, y que se evidencia en la corrupción del lenguaje, la opinión fácil y masiva, la frase como mercancía.
El ambiente vienés estaba revolucionado por las obras de Klimt, Kokoschka y Schiele, la arquitectura de Loos, la poesía de Trakl y las investigaciones de Freud y Wittgenstein  El Imperio Austro-Húngaro exhalaba poderosos signos de transformación y descomposición, una Babel ilusoria, a punto de estallar.
El señor K:K buscaba refugio en el castillo Janowitz allí lo esperaba la baronesa Sidonie Nádherný von Borutin refinada mujer-musa que con paciente sabiduría aristocrática alimentaba sus necesidades. Ella siempre supo que ese hombre practicaba una devoción, una estricta fidelidad hacia esa amante que era atacada y difamada por el periodismo. Sidonie se entregaba mientras Kraus leía la catástrofe que se avecinaba y su pluma se convertía en látigo                                                                                                                                                                                                                                                              
Este homo linguae trazó su “confesión” en un poema:


Soy tan solo uno de lo epígonos que habitan la casa del lenguaje.
Pues vivo mi propia experiencia en su interior estallo entre sus muros y destruyo Tebas.
Siguiéndolos, llegué tras los antiguos maestros, por ello he de vengar con sangre el destino del padre.
De venganza os hablo. Quiero vengar la lengua de todos aquellos que la hablan
Soy un epígono que presiente el valor de su linaje ¡Pero vosotros sois los diestros Tebanos!

Karl nunca se casó.
Kraus nunca se traicionó.
Amantes hasta las últimas consecuencias.
Él y la lengua se dieron la vida.

Gabriel Penner

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