Gabriel Penner
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Perlonghear
Devenir lo otro, eso es Perlongher, eso estimula la palabra neobarrosa, aireada, deslizante, resbaladiza de Néstor Perlongher. Entrar en su obra poética exige como mínimo despojarse de atuendos pesados, desnudarse de racionalidades graníticas y de este modo entregarse a una danza dionisíaca como proponía Nietzsche y su "dios que baila". Hermoso título del libro nietzscheano del filósofo italiano Mássimo Cacciari. El cuerpo de la palabra envuelto por música, abierto, insinuante, prodigándose al ritmo. Nadie sale indemne de la transfiguración ritual. Una levedad feroz acomete la escritura. Todo es signo que desterritorializa, palabras como gotas, como perlas que seducen al tiempo que subvierten. No hay lugar, hay estilo que deviene acontecimiento, compromiso e ironía. Y así va desplegando una estética política irreverente, a contrapelo de las modas, ladeado por Lezama Lima y Osvaldo Lamborghini produce una "obra-orgía", que se dice lengua-enchastre, plena de extravagancia. Desde “Austria-Hungría” hasta “Chorreo de las iluminaciones” deteniéndose en “Alambres”, “Hule” o explorando “Frenesí”, “Parque Lezama” o “Aguas aéreas”, hay un trazo que se monta en el corpus perlongheano: lenguaje y materia se acoplan mediante disyunciones, emergen roturas de significados, quiebres rítmicos, haciendo que el poema sea connatus. Vitalidad multiplicada en un vocabulario artificioso, incómodo, desviado, que no se deja capturar porque se instituye permanentemente, se traviste. No existe el miedo en Perlongher, existe el riesgo, el rozamiento, la cercanía que modifica al yo lírico, que lo vuelve otro, lo desvanece. Excesivo y blasfemo Perlongher es un nombre propio de la poesía argentina que se ha vuelto verbo. Y se sabe qué sucede quando il verbo si fa carne.