Henos aquí escarbando, quedándonos sin manos, sin dedos, sin uñas, sin años, sin eñes. Henos aquí en la basura. Somos el resto de todas las cosas, putrefactos como la poesía que perturba, estamos podridos hasta la lengua, somos los padres, los hijos, los hermanos y hermanas del mundo que vomita, los herederos de lo dicho y hecho que cayó en el olvido. ¿Qué es el teatro o el arte sino aquello que resta por decir? Eso: una praxis del resto, de lo presente que resta, esquirlas de lo indecible, de lo imposible de decir. Cuerpos, palabras, imágenes y sensaciones múltiples rodeadas de basura, verdadera y concreta, con sus olores y sabores, pero también desperdicios íntimos y colectivos, detritus simbólico, fricción que deviene ficción. Henos aquí excavando para crear. Una arqueología devenida teatralidad, se escribe escarbando, se actúa sumergido en el basural, se dirige en la inmundicia del mundo. Sí, todo se vuelve in-mundo. Esta praxis que involucra al cuerpo de la palabra y la palabra del cuerpo es, puro desperdicio de lo que acontece, la vida desnuda como planteó alguna vez Giorgio Agamben. Sí, el teatro basura es el ejercicio de la desnudez en plena costa de un río o un mar contaminado, orillas repletas de plástico, botellas rotas, latas oxidadas, objetos destruidos, dramaturgia y actuaciones sumidas en olores nauseabundos, la carroña desparramada, huesos y más huesos, y las aves como máquinas excavadoras que escarban hasta el último hilo de aliento. Henos aquí en el paisaje dispositivo con los pies descalzos entre fantasmas, la arena sucia, el agua estancada, es la apología absoluta de la basura que crece como el desierto nietzscheano, como la locura que clausura de Artaud o como la Medea Material de Muller. Y entre ellos la condición enquistada en la “carne” de las visiones de Martín Pereyra. Este teatro es matérico, inclusive materialista, se produce en la miseria de las sociedades, en el agotamiento del consumo, algo así como un teatro descompuesto, pestilente, quizás insoportable, un teatro convulsivo a la manera que lo observa el mexicano Rodrigo Parrini en su estimulante libro “Teatro y Convulsión”, allí se puede leer: “Las convulsiones nos muestran eso, el agotamiento de lo posible, pero también el inicio de lo desconocido”. De este modo se puede plasmar una poética del derrumbe que se escribe y acontece en los escombros, con lo residual, con lo excedente, con la excrecencia, con la mugre. Henos aquí haciendo lo que no sabemos.
Gabriel Penner