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El Apocalipsis pasó: teatro heterotópico

 Y todo puede comenzar o terminar con algunas preguntas. ¿Dónde estamos? ¿Dónde vamos? ¿Dónde somos? Este último interrogante me atrae como hacedor de teatro, como alguien que quiere pensar su práctica. ¿Dónde somos? Aparece en esa pregunta el ser en tanto lugar, ser con otros, o los seres que somos cuando nos situamos entre coordenadas, ser, en definitiva, en un espacio para la creación. Crear y ser creados por la espacialidad. La dramaturgia en lo que a mí refiere es esa escritura múltiple que se articula en partituras yuxtapuestas o superpuestas y forma parte constitutiva esencial de ese "dónde somos", porque lo teatralizable nos dice que somos en actos escénicos en tanto acciones-relaciones, somos en un acontecimiento de situación. Desde esta perspectiva toda actriz o actor es un elemento o agente "situacionista" tal como lo pensaban los amigos liderados por Guy Debord. Así entendida la teatralidad está dada a partir de la construcción de situaciones que difieren de la lógica del espectáculo. Lo que podríamos denominar la "condición situacional" está marcada por la participación "comunitarista" que enfrenta las "relaciones espectaculares", moneda común con la que Debord identificó a "La sociedad del espectáculo" definida en su libro publicado en los alrededores del Mayo francés del 68. Su primer fragmento sostiene: "Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos.Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación". La actualidad de los pensamientos vertidos en esas páginas es increíblemente aterradora y anticipadora si nos disponemos a vincularla con la intensidad espectacular que dominan hoy las redes sociales y las relaciones interpersonales. Una profecía apocalíptica. Y entonces se puede argumentar que el teatro y sus derivas más potentes se constituye en una "herramienta contra-espectacular" que intenta socavar las "relaciones de captura" a partir de la experiencia de las vivencias en tanto presencialidad. Cuando decimos "hacer teatro" establecemos la diversidad de posibilidades de estar presentes, de plasmar la presencia, sea como actor-actriz en el escenario o como público-espectador-espectadora, sentados, parados, o en cualquier otra posición, porque de eso se trata, de tomar posición o como lo escribió Antonio Gramsci desde la cárcel fascista, buscando generar una "guerra de posiciones" para disputar las pautas y valores hegemónicos que circulan en cada momento. Este hacer, esta praxis, implica un arte enfrentado a la cultura dominante, cultura desparramada por toda la sociedad, diseminada en cada pliegue, en cada institución, incubada en las relaciones afectivas, laborales, instancias de ocio, inclusive materializada en los mismos grupos que buscan realizarse en lo teatral, porque ya se dijo alguna vez: el Apocalipsis pasó y nadie se dio cuenta. El Apocalipsis pasó y no nos dimos cuenta. De este modo, el teatro, las artes escénicas y todo lo que devino quedó atrapado. Ahí está, queda expuesta: la captura cultural. Volvamos una vez más al texto-pensamiento de Debord: "El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes". He aquí la cuestión central: pensar en este tiempo al teatro como una relación social inmediata, de proximidad artística-política, el teatro como un "espacio heterotópico o heterotopía" como supo establecerlo Michel Foucault. Somos en ese lugar donde los cuerpos se relacionan, en donde se reconocen, somos en la "heterotopía escénica". Somos en esos contra-espacios, en esas territorialidades con los otros o en esos "territorios-otros". Somos en tanto utopistas en situación, en un lugar de concreción, somos el oxímoron de la utopía concreta. Somos en tanto cuerpos en dispositivos para la presencia inmediata y contra-dispositivos para lo espectacular. Como planteó en una conferencia radiofónica el mismísimo Foucault: "En todo caso, hay algo seguro: el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías". Porque ya se sabe: todo lo humano es relacional y el teatro y la política son rituales humanos por definición. La política y el teatro "hacen escena/s" desde su condición situacionista y heterotópica, desde ahí se proponen perturbar en medio de la tranquilidad pos-apocalíptica desterritorializada por imágenes perfumadas y diseños livianos. Por eso en este aquí y ahora decimos que hay, sí, los podemos ver, los podemos tocar, ahí están, sí, hay muchos animales teatrales que pelean por sus territorios contra el núcleo roedor que ocupa la cultura. Ahí están, ahí estamos. Teatralizados. Utopizados. Posicionados. Situados.

Gabriel Penner