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Del graffiti como disidencia callejera

Las urbes dicen, se dicen, nos dicen. Los silencios también son necesarios; el problema radica cuando el silencio de las ciudades es dirigido, producido por la publicidad. El mercado calla las voces de los artistas mediante discursos programados, nada más y nada menos que la palabra diseñada para vender asfixia y control. El lenguaje se hace de papel o de neón y la mirada pierde el horizonte de la autonomía, se automatiza. Tal es la imagen de mudez ciudadana promovida por carteles estridentes y autoritarios. Impera una lógica unívoca y efímera basada en la falacia salvaje que pregona la igualdad ficticia. Se construye un “no” a las diferencias culturales, todos deben ser "normales", ese es el imperativo categórico que circula y para eso la ciudad se calza el uniforme de la abundancia. Se disciplinan los gustos, se manipulan las necesidades, se raptan las identidades, se sustraen las libertades en nombre de la libertad de mercado, se suspenden los criterios, se acribillan las ideas, se ignoran las artes, los artistas. Pero, ¿acaso no hay voces que dicen disidencias? ¿La ciudad está condenada al silencio brillante? La respuesta es gritada desde la vieja Pompeya. Decir es resistir y los "decidentes callejeros" toman la palabra y el dibujo para subvertir. Hay un modo del decir urbano, una cultura que se sostiene en paredes parlantes, un discurso de calles mensajeras: il graffiti. La pintura callejera como sismo, como fuego ideológico que destruye la arquitectura carcelaria de la urbanidad normativa. El graffiti como modo del decir y del hacer público, como trinchera enfrentada a la lógica publicitaria. Se trata de ensanchar el espacio público con pinceles y aerosoles: una toma de posición crítica frente a la privatización mercantilista que se impone desde los centros de poder económico. La práctica cultural del graffiti combatiendo la cultura consumista de masas. No hay transacción ni domesticación posible, la ciudad no puede vivir amordazada, violentada, muda. Se hace necesario "desmudarla" hacerla gritar consignas como en los tiempos del 68, hay que volver a la imaginación emancipatoria. Al poder, contra-poder. El graffitista es un artista que, parafraseando a Joseph Beuys, realiza “esculturas sociales”, anuda su compromiso con la ciudad a través de una estética que rebasa lo bello, mediante un argumento contra-discursivo y anti-hegemónico. Recordemos un hecho histórico: la desaparición de Pompeya ocurrida en el Siglo I d. C. a partir de las emanaciones volcánicas del Vesubio marca un hito que será estudiado por arqueólogos que descubrieron con intensas tareas de excavaciones a los "graffitos" como símbolos de sociabilidad y cotidianidad del pueblo. En los restos de los muros de la ciudad encontraron mensajes de vida que conectaban a los habitantes y promovían sus vínculos. En estos fragmentos de piedra hallaron testimonios de daban cuenta de una dinámica de comunicación mural. La escena de la catástrofe pompeyana puede llevarnos a pensar las relaciones entre palabra y memoria, entre paredes y cultura, y quién sabe qué otras diversas cuestiones que hacen a la vida en común. Quizás se puede pensar en un "teatro de escombros" que la arqueología rescató del apocalipsis imperial. Y esa restitución  nos deja ante un "ars poética" que plasma un modo de expresión urbana, una especie literaria que se escribe y se lee en la intemperie desafiando los humores conservadores. Así que sean bienvenidos todos los graffitis: amorosos, políticos, humorísticos, quejosos, amargos, ingeniosos, aburridos, sexuales, fantasiosos, musicales, pictóricos, coloridos, irreverentes, incomprensibles, todos. Vivenciar a las ciudades como lienzos u hojas o por qué no pantallas, pero siempre diciendo y enarbolando gestos. Que estos tiempos, que estos días, sean una erupción de poesía frente al humo y la ceniza mercantil que busca cubrir nuestras vidas. Ofrezcamos una "pulsión graffitera" para intervenir al presente, hay que salir, no hay otra alternativa, hay que tomar las calles por asalto, con aerosoles, con bombas de pintura, con stenciles, con tachos y brochas, con lo que tengamos a mano, pero salir, salir, salir, creando una nueva lengua frente a las estructuras que hacen mercancía de todo, que nos hacen mercancía, que nos hacen mierda-mercancía. Seamos la lava que destruya la destrucción. Seamos tribu artística comunitaria. Seamos cuerpos-graffitis, textos vivos para que la ciudad hable.

Gabriel Penner