Henos aquí en la noche de la escritura fallida

   Henos aquí, en la noche, muertos, sin más. Esta es la noche cerrada, enferma; es la noche de la palabra y entonces... 
 Henos aquí, hablando de la muerte y de la palabra, del más acá de la muerte y su palabra. Todo escrito es fallido, se encuentra en la falla, en la grieta. Y  por eso escribimos, por esa posibilidad imposible de hacerse en la escritura. Y en ese acto nos hundimos, nos herimos. ¿Ya lo dije? Todo escritor es fallido. Estamos en la travesía del lenguaje, el viaje hacia el fin que se desvanece en proceso eterno. La lengua como revólver como solía usarla el viejo Giannuzzi. La poesía-arma para pegar dos tiros que se escuchen a lo lejos, un acto poético al aire, al descampado. Pura ausencia presente. Así es, la historia que no contamos está expuesta en la ausencia, en el revés de la páginas mutiladas. Sin embargo, la palabra existe porque se escribe en el mundo, está arrojada en él. 
 Henos aquí, muertos, arrojados con/en el lenguaje, desnudos de pretensiones, yermos, despalabrados en el desierto. 
 Henos aquí, hablando de la muerte, muertos y poetas, danzando en la terraza de las convicciones. ¿Por qué no nos atrevemos a decir, a gritar que estamos muertos? ¿Por qué no nos reconocemos muertos en la muerte? Y otra vez, la lengua se disloca, se canibaliza, se asesina y esto la hace fuerte, la reconstituye. El lenguaje como travesía que nos atraviesa mientras lo atravesamos como un campo delicado, corriendo de ignorancia, sudando por miedo, temulentos, mártires del silencio y en perpetuo exilio. 
 Henos aquí, muertos, zozobrando bajo una lluvia de signos, sin valentía posible, hablando sin parar en soliloquios yuxtapuestos, impregnados de reversibilidad. ¿Acaso se puede despertar si nunca se durmió?¿Podemos morirnos de muerte? ¿En muerte? ¿Con muerte? ¿Sin muerte? 
 Henos aquí, es la noche, -nunca dejará de serlo-, el fin de la palabra o la palabra del fin, el fin de la muerte o la muerte del fin; y la noche sopla imágenes, improvisa existencias (¡siempre las existencias son improvisadas!), es la noche y no puede ser de otra forma porque las voces aparecen, se hacen multitud, fantasmas verbales. 
 Henos aquí, en la noche, muertos, parlantes, eufóricos por nada, de nada, desgraciados. Y en exilio permanente, sin territorio, apátridas, sin banderas. La lengua sin tierra, eso es una aproximación a la escritura, la desposesión y la disposición como marcas de trayecto, la diáspora como horizonte, la diseminación como arte. 
Henos aquí, en este momento impreciso, voluptuosos de desidia, en medio de la anarquía imposible, repletos de vocablos incongruentes, desesperados por la cinta de Moebius y la noche que no sucede, la muerte que no cesa, la palabra que acontece.
Henos aquí, desaparecidos, capturados, impedidos de todo, pero no importa, somos otra versión, aquí las cosas no mueren y ya, no, aquí las cosas (como nosotros), mueren y entran en acción.
Henos aquí, muchos, confundidos, juntos sin religión, leyendo quizás por última vez, hablando definitivamente, alejándose para perderse en otros.
Henos aquí, a sabiendas que ya no somos y que no estamos a pesar del encuentro inminente.
Henos aquí, dando la bienvenida a la muerte de la muerte.
Henos aquí, en lenguas.
Henos aquí, en la noche de la noche.
Gabriel Penner

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