Un poema es todas las lenguas y ninguna, escribirlo no es traducir, ni producir inteligibilidad, pues la premisa es que toda traducción es imposible, entonces estamos frente a una operación de contra/traducción.
El poeta-artista privilegia la emancipación y la otredad, su escritura enfrenta la monosemia, la disposición monolingüista, es un acto de liberación que apunta al cuerpo de la razón pedagógica, esa que se funda en la relación desigual entre maestro como fuente del saber y alumno como tierra arrasada por la ignorancia. Desde esta perspectiva el poema es un desencuentro fulgurante que podemos amarrar a la ya clásica definición lacaniana del amor y a la hipótesis de Macedonio Fernández sobre la escritura y sus lectores. Escribir es dar a quien no es, es insistir en lo que no existe y los lectores no son, no están, no van.
Se hace poesía en el don, en el dar desacertado, inédito, imprevisible.
Y acontece
Un arte/facto imposible
Un monstruo “subverso”
Una “extraviación” que contra/traduce:
Que-se-escribe-se-da-se-pierde
Que-se-pierde-se-escribe-se-da
Que-se-da-se pierde-se-escribe.
El poema deviene potlach, ceremonia de entrega ilimitada, celebración desmesurada sin fin y se lee donde no es.
Gabriel Penner