Nada más complejo para un escritor que describir ciertas reglas acerca de su proceso creativo y al mismo tiempo cumplirlas. Es difícil porque se compromete a confeccionar una tabla de “verdades” transitorias e íntimas que la práctica del oficio pueden llevarlo al punto de modificarla o refutarla.
Más allá de la fragilidad de una perspectiva personal, la experiencia de reflexionar sobre lo que se hace y cuáles son los pasos que se dan en el hacer no queda invalidada de partida. Es por esta sencilla razón que aquí expongo una suerte de decálogo vital:
1) Escribir con la intención del artista.
Ante todo se es artista, esto requiere de cierta toma de posición frente a los lenguajes que nos atraviesan. La escritura como forma de radicalización de la existencia, como ímpetu transgresivo.
2) Escribir leyendo y leer escribiendo.
Si existe el fuego hay que alimentarlo y los papeles avivan las llamas. Entrar y salir de la lectura es entrar y salir de la producción literaria, y viceversa.
3) Experimentar todos los géneros y estilos.
En este oficio se puede pecar de dispersión, pero muchas veces ésta conduce a la obra. Quien no se permite experimentar se repite hasta el hastío.
4) Practicar la mentira como construcción básica de la creación.
Una de las tentaciones de los escritores consiste en la producción autobiográfica. Si bien es imposible negar la huella de lo que se vive cuando se escribe, ésta puede trazarse de forma oblicua, y el artificio es el arma para lograrlo.
5) Ser conceptuales hasta para soñar.
Los escritores son cazadores de conceptos, aquel que logre la presa tendrá material para vivir en obra.
6) Amar, viajar, comer, mirar, fumar, beber, etc., pero siempre poniéndose al servicio de la voluntad de escribir una historia, un poema, un ensayo o lo que sea.
7) Desobedecer las sugerencias literarias del resto de la humanidad.
Escuchar importa, pero no se soporta.
8) El deseo es la ley y el juego la llave.
Un animal de escritura procura desear escribir todo el tiempo. Y ese deseo (trágico, cómico, etc.) no tiene solución más que con el juego. El deseo de escritura se materializa en el juego, no conozco otra definición de literatura.
9) Hablar todo lo que se quiera, pero sabiendo que sólo son palabras.
Cuidado con las imposturas narcisistas; mejor tener muchas posturas repartidas en Yoes, que una impostura literaria montada en la soberbia de un Yo.
10) El lenguaje (todo lo que esto signifique) es un territorio y siempre somos extranjeros.
Es algo así como aceptar que estamos atados a la contingencia y que esta experiencia de lo transitorio desemboca en el exilio del escritor.
Para concluir me remito a una posible definición de “excursus”: aquello que está fuera de curso, por ende la lectura de este decálogo debe ser abierta y sólo mirada-atravesada como un recurso literario más.
Gabriel Penner