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Versiones del ocio

 Lo obvio está ahí, en los alrededores, agazapado, es un animal famélico que acecha la existencia. La poesía es un arma enfundada en silencio dispuesta a todo, preparada a martillar sobre el cuerpo de lo irrebatible. Tomar el arma, apuntar y gatillar…
¿Cuál es la cifra del ocio?
¿Acaso sea un blanco movible?
¿Un fantasma perturbador?
“Ocio por ocio, diente por diente” es la frase insignia del poeta, un núcleo que machaca hasta hacerse carne de escritura. Y en ese proceso se produce el desorden, las estructuras significantes se derrumban, emerge lo contingente, lo desconocido de lo conocido. Héctor Viel Temperley, el poeta samurai, aquel que nadó hacia todas las orillas del poema, escribió: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida, voy hacia mi cuerpo”. (Hospital Británico, 1984) Del mismo modo, rescatando ese éxtasis crítico-poético emprendemos el ir hacia el ocio, quizás, lo que menos conocemos de nuestras vidas.
Historiar este tópico nos encerraría en la jaula que constituye el par ocio/negocio, o si se quiere, tiempo de ocio/tiempo de negocio, revisando la categoría de trabajo entre otras tantas cuestiones culturales, sociológicas, políticas y económicas. No es el propósito de estas líneas. Aquí se trata de convocar a una poética del ocio, versiones de lo conocido desconocido.
El ocio como reflexión recuperada…
El ocio como borde desbordado…
El ocio como pieza fundante de la cosa humana.
Gabriel Penner