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Biografía no autorizada del Último Poeta Malo

 Todo lo que se encuentre en estas líneas podrá ser sospechado, refutado o incluso negado, pero lo cierto es que lo conocí y desde ese primer encuentro no pude dejar de pensar con el órgano vital de la poesía. Las cosas comienzan donde comienzan, me dijo el Último Poeta Malo y a partir de ahí comencé a seguirlo…"La vida es un poema disfrazado de novela, tené cuidado nene, escribir es una forma de patear p’adelante". Montado en su caballo exhausto gritó a los presentes su sermón literario: Yo soy el canon, dijo, y serán mis hijos los poetas é’picos. Y fue así que todos empezaron a picotear y repicotear como las palomas en la plaza del pueblo, animalitos blandos y sucios que juntan del suelo las migas de la elite y boqueando boqueando hacen su pan diario religiosamente, religión en mente, impostando el grano de voz que es la poesía…Y en cada sucursal del manicomio aparecen fantasmas policías. Soy malo entre los buenos, dijo, de ahí que toda enfermedad sea la única imagen posible en la vida. Le alcanzaron una hoja de papel negro y se la tragó, sin masticar, sin gesto alguno, en puro acto de silencio. Luego su estómago relinchó palabras libres. El Último Poeta Malo nunca bajaba del caballo como el mítico Avallay que relató el gran Antonio Di Benedetto, sus poemas gauchos lanzados al viento, hechos de crines, sudor y bosta atravesaban ese mar desierto bautizado pampa, para irrumpir en los acólitos y enfrentar a ese Ejército de Poetas Buenos, nada más que usureros vestidos con la lógica del mercado, disfrazados de artistas rigurosos del régimen. El poema se toma siempre en el mismo vaso y va dejando marcas, decía montado en el lomo que lo llevaba a la deriva, y entonces como el vino de Bustriazo Ortíz se queda para siempre. Ahora sé que sigue ahí escondido, olvidado, perdido y nadie lo lee. ¿Para qué leer al Último Poeta Malo existiendo tantos buenos?

Gabriel Penner