Quizá lo último que se propusieron muchos de los escritores que generaron rupturas fue el "mapeo" de las subjetividades de su mundo. El oficio de escritor como cartógrafo, atestiguando mediante la creación, suturando las heridas entre el arte y la ciencia. Claro está que estos autores no fueron autoridad de su tiempo, a pesar de que si fueron autorizados o condenados al extrañamiento de sus contemporáneos. Así obtuvieron la condición de extranjeros epocales trabajando desde la clandestinidad, haciendo literatura de la sociedad en un entorno social que no se escribía. Desde la "arqueología del saber" para aquí, el poder engendra cultura y viceversa, y en ese marasmo se construye la subjetividad dominante que suele ser atrapada por las “redes de secuestro”. Ahí está la sombra de Foucault anticipando a su manera esta especie de dispositivo de captura que son hoy las redes sociales. Y quienes escriben, describen críticamente y sus personajes dicen aquello que el universo sociocultural desoye, mientras ellos, -los que trazan y destrozan los límites-, son desollados y recluidos en el cadalso temporal. Tal reclusión es proporcional a la "forclusión" en código lacaniano, es decir al fenómeno de repudio frente a la represión originaria que pesa sobre la sociedad. La misma no ha podido acceder de manera definitiva al orden de lo simbólico, se ha quedado sin lenguaje. Nos hemos quedado sin lenguaje, por eso necesitamos a los "inventores de lenguas" porque toda invención es política, porque toda lengua es política, en definitiva, porque toda política es invención. Por ello, los "escritores cartógrafos" que disfrutan las delicias de ese juego transforman y tergiversan la socialidad, mostrándola, exponiéndola como una fractura, poniéndola en crisis. En tanto los “forcluidos” que encarnan las estructuras de poder representan las patologías que las voces se ocuparon de asentar en volúmenes. Así es que Kafka supo escribir al cuerpo social que lo parió. El joven Franz comió y bebió la decadencia praguense finisecular. El color gris desesperante y desesperado pincelando la subjetividad de una época, analizando con agudeza la medianía de la burguesía centro-europea. Kafka y su proceso creativo auxiliando a los pensadores, demarcando, contorneando los personajes y mediante estos, las personalidades y patologías que cruzaban de lado a lado la vida cotidiana de las calles de las ciudades como Praga. Kafka y su mirada metamórfica que permuta lo humano y lo insignificante; el hombre descubriéndose a sí mismo como cucaracha, un insecto que se adapta, sumergido en la basura y oscurecido por la falta de ideas para zafarse de la maraña burocrática de lo masivo. Kafka anticipador de un mundo trabado, de hombres-masa, de muertes lentas, de estupideces posiblemente evitables. Kafka hereje, desheredado por su gente, desahuciado de las grandes modas literarias, extemporáneo. Kafka escrito por Ricardo Piglia en "El último lector", allí arriba en la oscuridad iluminada a vela en el altillo de la casa paterna, Kafka, finalmente traicionado por su amigo Max Brod, Kafka y su literatura que es pura traición. Bajo la lupa de la historia todo cartógrafo de subjetividades es inactual. La literatura produce categorías de análisis, itinerarios, que luego serán rescatados por los pensadores de la cultura, es por eso que son pocas las dudas que asoman cuando un escritor le dedica un párrafo al tiempo del cual es hijo. ¿Cuántos hijos e hijas estarán escribiendo apenas unas líneas a su tiempo? Yo solo tengo catorce palabras sobre el tiempo, ni una más...pero eso pertenece a otra historia.
Gabriel Penner