Desde siempre me conmovió el tremendo poema-canción "Cartas de amor que se queman" de Leguizamón y Castilla, pero esa conmoción emocional hecha carne me generaba un "latido" que inmediatamente me invitaba a reflexionar sobre las condiciones del saber discursivo o lo que se pretende como una "episteme epistolar erótica". Se desprende de esta idea que quienes escriben cartas, más específicamente cartas de amor o epístolas a sus amores, poseen una destreza que ilumina no solamente al "foco amoroso" sino que produce efectos de lectura profundos y específicos que pueden traducirse en imaginarios y prácticas. Siempre debajo de una escritura se encuentran "huellas" que ayudan a comprender el modo particular en que fue hecha. Se puede plantear que toda escritura posee un modus operandi que más allá de la identidad de quien la realice contiene rasgos comunes, identificatorios. ¿Qué hay para indagar en una ficción epistolar de carácter afectivo? ¿Cómo pensar a los elementos que cruzan este tipo de "narración por envíos"? Más aún: ¿Qué hallazgo singular hay en una escritura orientada por el despliegue ardoroso frente a la ausencia? Quizás el comienzo es la identificación del epistolario amatorio como una metodología epistémico-polifónica o de voces múltiples mediante la confección y el envío de cartas de amor. Se trata de pensar-observar-leer este tipo de epistolario como un dispositivo narrativo-poético de afectos. Un mecanismo de producción escrita basado en intensidades de carácter erótico. Se está frente a un conjunto de elementos que conforman una operación genérica. Una literatura epistolar nutrida de signos eróticos. Por eso la necesidad de una epistemología de las prácticas afectiva epistolares. Quizás una arqueología mínima que rescate el saber-hacer cartas de amor y sus consecuencias. A partir de Michel Foucault se entiende que la noción de "episteme" está asociada a una estructura definida como "conjunto de relaciones que existen en una determinada época entre las diversas ciencias", o "diversos discursos", que representan la trama que hace posible las diversas ideas de una época. Se puede entender o entrever el corpus de las correspondencias amatorias como un modo singular de intercambios dialógicos con carga erótica-afectiva enmarcado en una dialéctica de presencia y ausencia. En esta estructura se impone la irrupción de lo que denominamos "fantasma" como un patrón de discurso basado en la espectralidad entre quien escribe y quien lee. De tal modo que quienes escriben en este contexto están testimoniando su pasión y al mismo tiempo presuponen un envío e imaginan una recepción y consecuente respuesta. La carta como objeto-guión del amor. Hay en este andamiaje escritural una imaginación que puede denominarse "fantasía poética epistolar". La escritura en tanto flecha para dar en el blanco de la lectura. Escritura de rasgo fantasmático del orden de la representación. Escribir para recibir con el riesgo de que esto deseado no suceda. La escritura de una carta de amor está siempre ejecutada en un potencial fracaso. Es una escritura de riesgo plagada de posibles inconvenientes, interferencias, desvíos, pérdidas, sabotajes, incomprensiones y diversos problemas que puede afectar a un objeto de estas características. Como se sugiere anteriormente, en estas situaciones bajo estas condiciones epistémicas aparece la escritura en un presente dedicada a quien está ausente para que la reciba en un futuro y con un acto de devolución escrita produzca una entrega que se constituirá en pasado a partir de un envío hacia un futuro repleto de ausencia que al ser recibido se hará presencia presente. Ya Roland Barthes en su delicioso libro "Fragmentos del discurso amoroso" presenta a "la carta de amor" como una "figura" que posee "una dialéctica particular a la vez vacía (codificada) y expresiva (cargada de ganas de significar el deseo)". El código del deseo estaría dado por la búsqueda de la respuesta de un otro ausente tentando de este modo la presencia a partir de una escritura. Traer desde lo escrito a quien no está. Traerlo desde el detalle del deseo. Si se analiza esta lógica se está ante piezas monologales que procuran establecer un diálogo de cuerpos ausentes. Las cartas producen la ficción amatoria o como sostiene Josefina Ludmer respecto a lo que acontece en la novela de Manuel Puig "Boquitas pintadas" en relación a este fenómeno: "Escribir cartas –escribir– es, en Boquitas pintadas, un sustituto del cuerpo. Es hacer presente un cuerpo que no se da como tal; las cartas intercomunican del mismo modo que intercomunican las relaciones corporales–sexuales". Las cartas conectan al tiempo que operan por sustitución, metaforizan. Por eso es interesante traer a este juego epistolar la imagen del fuego o como reza la canción citada al iniciar este escrito: "nuestro amor son estas llamas/que están quemando mis manos". Los cuerpos o sus partes se queman en o con las cartas de amor.Y entonces esos textos ardientes adquieren lo que todo poema demanda: la atención absoluta frente al instante. La carta de amor es un poema a punto del abismo, quien la escribe, sabe, intuye, presiente que es el último aliento, porque amor y poema se encuentran al borde de la muerte. De esta forma se suma a la caracterización epistemológica en elaboración la idea de la conciencia del fin, la intuición de que todo amor termina y por esa mismísima razón es único, porque la vida es un relámpago que se plasma en la escritura de una carta de amor. Aquí aparece la relación anagramática entre destino y sentido. Toda escritura cobra sentido cuando regresa a quien la envió y una carta como texto enviado siempre está siendo esperada, siempre hay un anhelo de ser destinatario. Eso que se nombra como "episteme epistolar erótica" está sostenida en el deseo de actualización de la presencia siempre imposible de un otro lejano-cercano, es una instancia de "correspondencia no correspondida" o en todo caso "bajo la hipótesis de ser co-respondida", un saber basado en la ilusión de la respuesta, en un diálogo espectral, es una escritura fantasmal del eros. Y en este marco epistemológico emerge el conocimiento incendiario, el fuego-saber, como canturrea el verso de la joya de Manuel J. Castilla musicalizada por el "Cuchi" Leguizamón: "Cartas de amor que se queman/flores negras en el viento/le dejan al que ha querido/el corazón ceniciento". La imagen poética es de tal belleza que condensa lo incapturable. El papel quemado por la escritura que es amor y muerte. En sus "Diálogos", Gilles Deleuze fue al hueso: "Sólo se escribe por amor, toda escritura es una carta de amor". Y más adelante remata: "Sólo se debería morir por amor...Sólo se debería escribir por esa muerte, o dejar de escribir por ese amor o continuar escribiendo por ambas cosas..." De este modo "hacer una carta", escribir una carta-escena de amor, sería asomarse a una escritura para la muerte, una escritura única, inigualable, final. En este punto, me atrae sumar a esta mirada epistémica sobre las epístolas de amor al primer trabajo que la artista investigadora mexicana Shaday Larios nombró como Teatro de Objetos Documentales titulado "La máquina de la soledad" y que es un homenaje al "objeto-carta" a partir del hallazgo de una valija con seiscientas cartas de amor del siglo XIX que realizó junto a sus colegas de grupo en el mercado de La Lagunilla de la Ciudad de México. Esta experiencia está exquisitamente desarrollada en su imprescindible libro "Los objetos vivos: escenarios de la materia indócil" en donde a partir de ciertas premisas se plantea tener a este objeto de escritura como protagonista procediendo desde el pensamiento rememorante heiddegeriano a la lectura de todas las cartas buscando entre múltiples cuestiones su coseidad como objeto poético vinculante, la idea de soledad escritural, el objeto como depósito de afectos y subjetividades, como instancia-mecanismo de una "auto-literatura", entre otros planteos para construir su teatralidad basada en relaciones documentales objetuales. En continuidad con la línea argumental trazada es este excursus y para abrir el territorio a nuevas formulaciones, las cartas de amor son una forma de expresión escrita demarcada por un aparato epistémico que relaciona subjetividades erótico-fantasmales a partir de objetos elaborados en soledad donde se constituyen relatos ficcionales de la ausencia, desde esta perspectiva el otro es al mismo tiempo escrito y deseado a partir de un poema-mono/dialógico que busca la máxima atención, esa que reúne en un único momento la muerte y el amor.
Gabriel Penner