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Mallarmé y la imaginación-lengua

 Esta es una breve digresión sobre poesía, quiero decir sobre la lengua de la imaginación o sobre la imaginación-lengua, y eso nos conduce a Mallarmé. Comencemos por plantear que las palabras pueden ser dichas o desdichas, en ambas situaciones lo significativo es ese “pueden ser”. En un primer momento somos dominados, el aprendizaje implica la regulación para acceder. La palabra como orden, como mandato para el infans, ese que no tiene voz y la busca. Determinadas por lo social “las palabras y las cosas” son naturalizadas en una simbiosis determinista en donde se define qué se puede decir y cómo se lo puede decir. Así la niñez hija del caos se modeliza y esto abre la puerta al sujeto constituido por las prácticas vigentes del habla. El lenguaje como socialización, como vehículo privilegiado de la construcción de la identidad. El caos original sufre una herida mortal, es cercenado, encarcelado por los muros de la semántica dominante. En su trayecto la palabra produce: identificaciones, cuerpos, moralidad, idiosincrasias. Estamos así frente a la palabra ordenada, el discurso del Orden. Esas órdenes se escriben en los cuerpos como tatuajes. Pero ante esto surgen aquellos que ejercitan el desorden, los que martillan con la voz, hablando, escribiendo, haciendo poesía, desfigurando la piedra de la realidad. Esa es la zona de ruptura que busca desenmascarar todo ordenamiento, desordenar para subvertir; llevar a cabo la erosión crítica para descubrir lo lúdico que habita en la construcción lingüística. El poeta como infante, jugando en el orden de la palabra, ya no sometido, sino en el dominio incierto de la creatividad para agujerearlo. ¿Qué depara, entonces, ese territorio? Dudas, angustia, fragilidad, pero también, la salida de curso, ese jugar a los dados con lo dado de Mallarmé, el azar pleno, la transmigración irrespetuosa de Girondo, la muerte del dios-orden-moral que le enfermó la cabeza al viejo Nietzsche. La palabra que baila y se hace carne. Se trata de vindicar el pecado del discurso desorganizante que se desplaza, si lo diabólico nos separa de la destinación, la palabra es el demonio de los hechos. ¡Palabras, no hechos! ¡Abajo la tiranía de lo fáctico! Es necesario apagar muchas luces para ver mejor. En la oscuridad no hay orden fijo, ni mandatos, ni definiciones irrevocables. Tan sólo anda dando vueltas una muerte exquisita, asesinando prejuicios y valores. Frente a los hechos, pura imaginación. Sí, imaginación-lengua que se desliza por todos los cuerpos humedeciendo las pieles secas de las certezas, lamiendo zonas ocultas, generando cortocircuitos, escalofríos, disonancias. ¡Mallarmé! ¡Mallarmé! ¡Mallarmé! La palabra como símbolo de la libertad, el lenguaje que se hace música, el efecto que destruye lo real. La contingencia como dinámica de lo poético, la palabra-símbolo que crea realidades otras, eso trajo Mallarmé, la delicia de la escritura como un arte absoluto e inútil, la deriva ensoñada de la obra.

Gabriel Penner