La palabra desierta


Donde hay escritura hay pliegues, diseminación y pérdida. La poeticidad y la literariedad no están demarcadas por el sentido, por la rigidez normativa y los valores dominantes, sino por la capacidad de la palabra para resbalar, abrir abismos y huir de las certezas. El arte de la palabra es paradójicamente mudo, dice en ausencia, vive montado en fantasmas, se escribe para desescribirse. Algo así como un despalabramiento ocurre en las hojas de poesía. La palabra absoluta es una obra desierta, está hecha de jirones, es pura potencia en tanto posibilidad de lo imposible. Acaso el poema de Samuel Beckett, ese que fue escrito en sus últimas horas de hospital nos indique el camino “Comment dire/What is the Word/Cómo decir”. El poema se realiza en el desvanecimiento, es lo que queda tanto como lo que no queda. De ahí que la poesía sea esquiva y constantemente batalle en contra de las clasificaciones. Es un arte escéptico, cuestiona su lugar, sus principios, su ser. El poema acontece bajo una dialéctica negativa, se hamaca en un vaivén indócil, se cancela para emerger.
Se dirá: “¿Por qué escribir si el horizonte es la desaparición de la palabra?” Escribir es precisar el signo de la grieta poniendo en riesgo todo, incluso la palabra misma. Un poema es sobre todo herida, borradura narcisista.
Al fin, la escritura es una operación de fuga, un desgarramiento, un punto ciego en el desasosiego como quedó expuesto en aquel libro encontrado en el baúl de Fernando Pessoa.
                                                                                                                                           
 Gabriel Penner  

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