Lo que se escribe, se da, se pierde.

        Descubrir el otro y lo otro; dos secuencias de una misma acción. Lo único se sofoca y extrangula en la aparición de lo diferente; así, la pérdida se vehiculiza con la entrega, ésta es una puerta que se abre hacia lo desconocido, lo insólito.
        El uno escribe para darse y perderse: la diáspora literaria. La palabra se dice para inscribirse en los otros, un intento vacuo, pero desgarrador, y como tal, un gesto inquietante. Lo otro (no el otro) no se dilucida, no se devela, se participa a partir de la re-enmascaración. Es el disfraz de la palabra que se trasviste con el ropaje de la oscuridad inalcanzable, inabordable. Significante sacrificado a la insignificancia o a la plurisignificancia. Designificar lo propio, la textualidad, para que sea posible la resignificación en el otro, en lo otro.
        Entonces: se escribe, se da, se pierde; desemantización de la univocidad, por lo tanto la asunción de un perspectivismo alterado, no acomodaticio; relación disfuncional de la escritura, discurso literario estallado. La subjetividad creativa se pone en juego, astillándose; difracción del texto, quien lo lee, lo recibe, lo produce.
        Quizá podríamos arriesgar que la reapropiación por parte del receptor de la obra comienza un nuevo itinerario creativo que desembocará en otra pérdida.
        Entregamos las palabras como cuerpos, nos exponemos provocando al devenir, todo es interpretación, o si se quiere, interpenetración. De la voz a las voces, de lo escrito a los escritos, de la obra a las obras.
        Los otros y yo, lo otro y lo propio, actuando críticamente en el escenario de la creación escrita.
        El arte de saberse escrito, dado, perdido...


Gabriel Penner

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