Hambre





“Protágoras te equivocaste, no es el hombre, es el HAMBRE la medida de todas las cosas” (RAITER)

La poesía, ese modo de perseverar en lo incierto, no da de comer. Es en esencia un arte del hambre, o mejor, del hombre con hambre. Podríamos decir que encarna una epistemología de la apetencia, un modo crítico lingüístico-espacial y rítmico de abordar el conocimiento desde el deseo bajo la impronta de la carencia. La palabra poética es ausencia que adviene, su lógica es la del acontecimiento, su verbo es irrumpir, su lugar es quebradizo.
No sirve de nada decir “hago poesía”, “escribo poesía”, “soy poeta”, “es poeta” o simplemente “eso es poesía”. Lo que cuenta es la intensidad del hambre, la cifra que se desarrolla en la entraña, esa incomodidad permanente que no tiene cura. Lo demás es posesión, imposición, o nombres imposibles de la cosa.
La campana suena das ding-das ding-das ding y nadie corrige nada cuando escribe, en cualquier caso se trata de escuchar crujir las tripas nutricias, atender el hambre y emprender el camino de no saber qué hacer, ese sendero que inaugura contradicciones a cada paso, que funda una falta constante, una hiancia.
Escribir, entonces, no para comer ni para ser devorado, escribir desde una episteme del hambre, hambre de hombre.
Protágoras se equivocó por una letra y aquí estamos.

Gabriel Penner

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