La obra como banquete
Cerrar
los ojos para escuchar.
La ciudad no tiene oídos más que para sus voces.
Entonces aparece Safo y nos convoca, estamos invitadxs al banquete, se come, se
bebe; carne y vino en clave escrita.
Es la defensa de lo público, de
la posibilidad de la diferencia en comunidad. Los personajes se travisten de
escritorxs que caminan las calles.
La
singularidad es un desierto que entregamos; nos damos para contaminarnos, para
extrañarnos. Tener una obra es tener un lugar para que sea habitado, arrasado,
cultivado, perforado, erosionado, visitado, invadido, por las hordas. El
banquete literario se manifiesta en un entrar y salir de estos lugares
singulares, una fiesta topológica. Quien interviene en esta experiencia se
somete a una expedición territorial.
¿Dónde tiene lugar el texto?
Este el
interrogante derrideano.
En el acontecimiento.
El texto acontece en los otrxs,
devenidos en topógrafos de un espacio constituido como diferencia.
Se
es extranjero en cada lectura, se es inventado por la palabra del otrx, al
tiempo que inventamos a ese otrx que escribe. Fuera del texto, la nada
barthesiana, una pertenencia sin lenguaje, una gramática atópica, la
desterritorialización del signo.
El
banquete como tópica, lugar común, encuentro de singularidades, exposición de
las posibilidades del ser creativo, permeabilización de lo propio por lo
diferente, reificación colectiva de la textualidad particular.
Hay
un momento originario de la creación escrita que se inscribe con la impronta
del autxr, la lectura se constituye como la trama pública de esa acción
original y privada. El texto se desprende de la propiedad privada, el cerco de
lo prohibido se derrumba, se modifica ante el impacto de la otredad. Se
desmantela la utopía gramatical en la mesa del banquete, y en esta dinámica se
produce la literariedad de la obra.
Obra
literaria.
Obra
con lugar.
Obra
en tanto otrxs.
Gabriel Penner