El hombre es un animal sin obra, un viviente inoperoso, un
ser de la potencia/impotencia. La poesía como “operatio” posee un carácter
contingente asociado a la discontinuidad. Hay en lo poético una profunda
relación con lo festivo, con el ritual, con la interrupción, con la suspensión,
con los puntos suspensivos, con la vida en suspenso. El filósofo italiano Giorgio Agamben propone en su ensayo
“La desnudez”, la siguiente idea: “la
inoperosidad que define a la fiesta no es simple inercia o abstención, se trata
mas bien, de una santificación, es decir, de una modalidad del hacer y del
vivir”. Propongo al poema como un otro hacer, un devenir inoperoso, inútil.
Así en la fiesta como en el poema, los hombres “descansan” del hacer rutinario,
rígido, del mandato. Escribir puede entenderse como un estado permanente y
radicalizado de suspensión celebratoria, una ceremonia de contingencia
significante en la cual el que escribe se somete a la lógica y a la ética de lo
escrito. El poema como grieta sagrada/sacrílega que rompe con el trabajo,
porque como sostiene Cesare Pavese, “trabajar
cansa”. El poeta es un oficiante de un oficio sin finalidad, sin
teleología, contra toda escatología.
Y sin embargo:
Hay poetas que trabajan…
Hay poetas que nunca se cansan…
Hay poetas útiles…
Hay poetas que escriben, escriben, escriben…
Hay poetas que publican, hablan, leen…
Entre tanta palabra llena puede suceder el acontecimiento
inoperoso, puede amanecer el silencio y producirse la detención, un vacío
rotundo que desarma todo programa, todo sistema y entonces vuelva ese hacer que
deshace, ese hacer profundamente político, nada más y nada menos que crear una
lengua.
Gabriel Penner