Siempre puede haber una excusa para generar una ruptura con lo dado. En principio toda acción puede acaecer como transgresión. El artista debe procurarse incomodidad frente a las reglas establecidas, y el escritor crítico es, sobre todo, un artífice de la rebelión contra las estructuras momificadas de la doxa. De ahí que oxidar, corroer, los estilos naturalizados de la escritura y del “buen gusto” sea la tarea, casi el destino. Subirse al vehículo, ajustarse el cinturón de inseguridad y desandar la "galaxia Kerouac" con los trastos al hombro otra vez "on the road". El viaje como terreno semiótico, como instancia decodificadora y demitificadora de los sistemas de significación. Ya se ha dicho, escribir leyendo, lectura simbólica del orden para desemantizarlo y no quedar preso de la sociedad estipulada.Y así, se van sucediendo las calles invadidas de signos, el volante que se curva, las marchas que se cambian, los pedales que se ejecutan. Vamos por el camino de las falsas evidencias, de lo normalizado por el consumo. Estamos en la autopista de lo unívoco en donde todo está previsto para que sea visto, pero la mirada se diluye en un paisaje autoritario, publicitario. Los carteles del sentido común son gigantes acríticos que señalizan la existencia del trayecto. Es aquí cuando nos permitimos jugar a ser Perec y desarmar la lógica del viaje-puzzle pintado por otros. Y preferir las “cabezas rotas” a los “rompecabezas”, el juego caótico que produce desorientación. De modo que nos descubrimos montados sobre las ruedas de un pretexto literario y entonces la escritura “está siendo”. El fragmento como senda del escritor, la creación descentrada, la subjetividad multiplicada. Barthes conduce sin manos y sin los anteojos reglamentarios, y nos damos al viaje, y no existen las barreras ni los peajes, ni las aduanas, ni donde ir. Solo hay ripio disperso que revolea su potencia a diestra y siniestra, impactando en los usos y costumbres, ametrallando a los estilos correctos, hiriendo a las totalidades de sentido, descerrajando "tiros textuales” a los ojos de la hegemonía cultural. Las advertencias finales son fatales como los choques en la gran carretera, pero las hay, sí, claro que las hay. Existe un envés representado por la "policía del consenso", y quien escribe, cuando se pregunta por qué, para qué y para quién lo hace, se está cuestionando cómo le sienta el uniforme. Por eso la respuesta siempre es la ruta, la vida en excursión.
Gabriel Penner