Siempre estamos dando vueltas alrededor, más aún, siempre damos vueltas alrededor de los alrededores. Es una mecánica que nos invita a postergar, a diferir, una dinámica que tracciona hacia los lados inconclusos. Sin embargo, hay en la "cosa humana" una condición de inevitabilidad. Aquello que nos hace únicos, nuestro elemento singular, es lo que tenemos de inevitable. Estamos así frente al fenómeno de la insistencia que brota y es imposible de parar. Pongamos por caso la escritura como elemento de análisis. En mi y en algunos de ustedes escribir es inevitable, en el día a día nos habita un arrebato que nos posee y no podemos desviarnos, es como el destino, un punto de llegada empujado por una fuerza desconocida e indómita. Spinoza planteaba la idea de persistencia en el ser como "conatus" entendida como una pasión-energía que hace perseverar. La escritura conatus montada en el deseo radical de existir en el apetito poético que se traduce en la inevitabilidad de la praxis. Lo inevitable es el hambre que no puede ocultarse, que no puede esconderse, aquel que no se puede negar. Hambre de escritura que es la medida de todas las cosas. De ahí que no se pueda evitar escribir como no se puede torcer o engañar al fatum. Se escribe porque no hay lugar para otra cosa como cuando aparece el amor. La máxima indica que "no se puede hacer otra cosa que escribir" a toda hora, todos los días. Estamos tomados por ese acto. Prueben, el amor y la escritura son lo mismo, uno queda capturado, separado de todo aquello que lo circunda, y no existe, no tiene entidad lo que está fuera de lo inevitable, es decir, no hay un afuera del amor para el que vive en el amor y esto mismo aplíquese a la escritura y a todo lo que le concierne a lo inevitable. Es una decisión imperativa semejante a un veneno que crece por todo el organismo. Se está en un "estado de naturaleza pasional" en donde no existen lo límites demarcados por las leyes, a puro instinto conductor se escribe con sangre, se escribe con lo que (no) se tiene a mano, en definitiva, inevitablemente se escribe bajo la ética de Sade en el intento de llegar al goce absoluto. Como dicen por ahí es el "Marqués místico de la escritura", su interés está en la cosa, en la potencia que despliega la cosa o lo que Kant denominaba "la cosa en sí". Decimos entonces, la escritura en sí, de eso estamos hechos los que escribimos. ¡Lo inevitable! Eso es.¡Escribir es inevitable! Repetir hasta el cansancio: la escritura es inevitable. El rasgo característico de lo que estamos planteando es que quien lo experimenta no concibe alternativas, no hay escapatorias ni evasiones. Es la inevitabilidad como paisaje y punto. No se puede dejar de escribir como no se puede dejar de amar como no se puede dejar de morir. Ahí está la síntesis: amar y escribir hacia la muerte. Es tiempo hecho de desmesura. Somos eso que nos carcome al mismo tiempo que nos alimenta, que nos impulsa hacia lo desconocido, hacia lo que no tiene remedio. La escritura como "vita intensa", breve, única, irrepetible, flamígera, siempre pulsando por lo prohibido, un frenesí contra toda domesticación, conmoción y liberación, estado de éxtasis, arte y libidine, esa dramaticidad que nunca nos dejará. Por eso el cuerpo como máquina de escribir-amar-vivir. El cuerpo, los cuerpos, son inexorables, son hacedores de obra viva que transcurre mientras se ejecuta, son la materialidad del escribir, "ese escribir" que como el concepto de "el decir" de Levinas va más allá de "lo dicho". Se escribe con el cuerpo como instrumento hacia lo inevitable que se transforma en un "más allá" de la existencia. Y siempre regresa Sade, una y otra vez, escribiendo con el cuerpo o para escribir en el cuerpo, en los cuerpos. Sade como artefacto sexo escritural configurando marcas corpoéticas. Y así siempre estamos yendo hacia el registro de lo inevitable como escritores, como criaturas, como monstruos. Al fin y al cabo, alguna vez lo dejé plantado-escrito en una partitura teatral: "La ética está en un cactus, apenas secas espinas". Y entonces, se trata de ir hacia la escritura definitiva, contra todo, a pesar de uno mismo y los otros, sin excusas, para dejar constancia de una erotopolítica que se constituya como inevitable.
Inevitable
Gabriel Penner