Gabriel Penner
Teorema del Escape
A veces, sólo unas pocas veces, me escapo, me doy al escape, y puedo verme con una lucidez agria para darme cuenta de todo. Me imagino hambriento y sediento en medio de un espacio desértico en donde solo hay caños de escapes como objetos primordiales, y ahí están esas criaturas que algunos llaman amigos. Y entonces, siempre hay un entonces, comienza a aparecer una hipótesis como punto de partida que dice así: pensar es una estrategia escapatoria, una tarea fundamental frente a la lógica del mundo-cárcel. Es darse un permiso para desembarazarse de la “cappa” que nos envuelve, que nos cercena las posibilidades de construir lo diferente. No se trata aquí de una huida hacia adelante ni de un mecanismo de evasión sino de una búsqueda. Escapar para buscar. Escapar es buscar. El escape como apropiación artística, como objeto de reflexión oblicua frente a los "dispositivos de secuestro" estructurados en la sociedad. La historia ha condenado a los que propiciaron tácticas escapatorias, acciones desenvolventes, iniciativas desestructurantes para ir más allá como abanderados de lo inactual o inspiradores de lo disolvente. Se los acusó de anti-sociales, perversos, inútiles, entre otras grandilocuencias y gentilezas. Resultaría ocioso plasmar una nómina de personajes que deambularon por esta senda, sólo me interesa rescatarlos como arquetipos de la ruptura. Es por esta razón que entre todos elijo abordar el ejemplo de Isidore Ducasse conocido como el Conde de Lautréamont. Ya de movida para contribuir a su mitología debo mencionar que nació en Montevideo, República Oriental del Uruguay. Con esto planteo que lleva desde sus orígenes el margen como marca. Mientras pienso esto escucho el crujir del fuego de un asado, conversaciones yuxtapuestas, divagaciones, música, música que me silba la cabeza como canta Edelmiro Molinari. Y Lautréamont escribe como tantos otros desconocidos, quizás como alguien que se dispone a leer estas palabras, como tantos poetas que "poeman" las calles todos los días. En un próximo escursus tendría que hacer un recorrido por el territorio incógnito en donde habitan miles de animales poéticos que son leídos a cuenta gotas. Y esa escritura-manifiesto titulada "Los cantos de Maldoror" dejará registro de un "malditismo" que va a contribuir desde una “semántica del escape” a la disolución de los mantos que limitan e inmovilizan, esta prosa poética del joven Ducasse es una experiencia artística del borde. Leemos: "Mi verbo se nutre de las insensatas pesadillas que atormentan mis insomnios". Cada palabra que cementa la historia de Maldoror está atravesada por el desborde que busca romper con los límites del hacer moral, más allá del bien. Es un provocador que busca escapatoria, escribe: "Mi poesía sólo consistirá en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no debería haber engendrado semejante canalla". El Conde de Lautréamont produce una textualidad que trata de descubrir y más precisamente de “descubrirnos” y liberarnos de las pieles reduccionistas creando un lenguaje en donde el “objeto escape” sea un medio para concretar la obra. Más allá o más acá de la apropiación fáctica se entiende esta dinámica como un “work in progress” en el cual interviene la imaginería del artista y su otro, un punto de partida, una salida por siempre inacabada. Las palabras suelen ser salvo conductos hacia territorios inexplorados de ahí que la poesía sea el revólver psicodélico para agujerear la realidad plana. El Teorema del Escape que aquí estamos teorizando tiene como proposición que la vida poética se rebela y revela al mismo tiempo, y que está signada por un camino hecho de márgenes. Siempre se escapa hacia los márgenes, no hay escape hacia el centro. Desde esta mirada la escapatoria es una gimnasia, un conjunto de ejercicios operativos mediante los cuales quien los realiza se "interviene para intervenir". Lo que escapa es aquello que la racionalidad dominante no deja pensar, lo que oculta con su luz brillante que produce ceguera, en definitiva lo que no se debe ver. Y la poesía maldororeana embiste contra esos muros que la humanidad supo levantar. El gesto del poeta regresa de manera repetitiva en muchas de las líneas que conforman los cantos, por ejemplo cuando grita: "Aquí hay quienes escriben para conseguir los aplausos de los hombres, por medio de nobles cualidades del corazón que la imaginación inventa o que ellos puedan tener. ¡Yo hago servir mi genio para pintar las delicias de la crueldad!" La obra de Isidore Ducasse puede pensarse como inaugural, una especie de túnel-carretera por la cual van a transitar diferentes autores y autoras que serán estaciones de su influencia, los puntos de referencia podrían ser arbitrariamente Artaud-Pizarnik-Blanchot-Cortázar-Pellegrini-Rubén Darío-Bachelard-Bloy-Fijman-los Surrealistas... Y todos aquellos que dediquen unas páginas para desplegar el arte de la escapatoria. Hay una "actitud Lautrémont" que se eterniza en la belleza de lo cruel y su reverso como modo definitivo de toda poesía. Y por supuesto en la reinvindicación de la palabra que adolece, que duele en su juventud y que busca desesperadamente escaparse para autonomizarse. La firmeza de este conde-poeta lo sentencia: "Quiero residir sólo en mi íntimo razonamiento. La autonomía...Legisladores de instituciones estúpidas, inventores de una moral estrecha, alejaos de mí, pues soy un alma imparcial". En la breve existencia de este ícono tempestuoso aparece la transgresión como ética literaria y entonces los disparos buscan atravesar el velo de la realidad que está impregnado de un barniz sofocante, por eso se hace necesario escapar-escribir para romper la envoltura que cubre los días. Solo me resta decir que ahí los estoy viendo a mis amigos poetas intentando resolver el Teorema del Escape, soy testigo privilegiado de lo que está aconteciendo en esta cápsula psicodélica mientras el Conde se ríe.