Solitarismo

 Quizás sea una atractiva forma de comenzar este escrito a partir de la literatura recordando el libro "La invención de la soledad" que le abrió las puertas del reconocimiento masivo a Paul Auster. Un trabajo en prosa que se compone de dos momentos biográficos del autor y que es disparado por la muerte de su padre. La soledad de un hombre que hace equilibrio siendo hijo o mejor dicho, dejando de serlo y la paternidad propia. Este título es una excusa que tomo para hacer rodar el pensamiento que vincula dos términos intensos como soledad e invención, dos palabras que definen a su modo a lo humano y sus pliegues. Más allá del rodeo inicial, podemos afirmar que la trama social se manifiesta a través de invenciones. Sería una producción intelectual interesante generar una historización de las invenciones sociales y focalizar la mirada en los momentos en los cuales la sociedad crea para transformarse. Podríamos hacer el intento de construir una genealogía de las invenciones en lo social, lo cultural, lo cotidiano, lo político, lo económico, lo tecnológico, y demás. Historizar y analizar las situaciones críticas en donde los seres humanos inventan la trama de sus existencias. Aquí es importante decir que un principio motoriza este y otros excursus que hemos escrito: no todo se ha inventado. De ahí la incógnita de lo que vendrá, la incertidumbre que atraviesa los tiempos. El mundo de las invenciones está dotado de lo deseante, se inventa siempre para seguir. Sin embargo, en este texto aparece el interés por la siguiente hipótesis: la invención del solitarismo como fundamento de la trama sociocultural contemporánea. Durante las últimas cuatro décadas se ha registrado un proceso de perfeccionamiento de dispositivos que nutren el paradigma de la soledad de masas. Emerge de esta manera la cuestión del neo-individualismo dominando las conductas, la exacerbación ególatra como pauta normativa de las relaciones. Es sabido que la denominada Modernidad tuvo como sostén la declaración de los derechos individuales del hombre entre uno de sus rasgos primordiales. Esta matriz tiene sus raíces en el pensamiento contractualista como hipótesis generativa de la sociedad. Las voluntades individuales “pactan” según las diferentes versiones, conservadora, liberal o democrática, para crear un marco que garantice los derechos que se consideran naturales. A partir del descubrimiento del individuo como sujeto histórico comienzan las tensiones entre dos tipos de lógicas de acción: la individual y la colectiva. Diferentes soluciones intentaron rendir cuenta de este conflicto de intereses a lo largo de la historia de las ideas de Occidente. Pero, ¿en dónde estamos situados hoy? Sin entrar de pleno en el debate modernidad-posmodernidad-tardomodernidad- y tomando distancia tanto de los que asumen posiciones de un proyecto moderno incompleto (Habermas) como de aquellos pensadores que anuncian la nueva condición posmoderna (Lyotard) o los que sugieren una radicalización de las instancias modernas (Giddens) o los que adhieren a la noción de hipermodernidad (Augé), entre otras miradas actuales resumidas en la tecnomodernidad o la infomodernidad (Byung-Chul Han) se puede trazar el diagnóstico de lo sociocultural a partir de la invención y la radicalización de la soledad, ahora devenida en solitarismo. Puede considerarse que como nunca antes estamos experimentando un proceso de ensimismamiento personal a partir de la validación de un accionar guiado por intereses plenamente individualistas que penetran el cuerpo social en múltiples áreas que van desde lo afectivo hasta lo laboral. El solitarismo es la nueva marca ideológica del solipsismo, todo medido por la vara de la subjetividad sin registro del otro, más aún, a pesar del otro, contra los otros. El otro-enemigo es el leimotiv de la propaganda solitarista, de ahí que todo lo que se exprese como diferencia debe ser aniquilado. El solitarismo es uniforme. Es un fenómeno que paradójicamente está montado en dispositivos mediáticos y plataformas que postulan el consumo en redes, el solitarismo se hace fuerte en experiencias virtuales en donde los límites entre lo interno y lo externo se difuminan produciendo de este modo situaciones de "extimidad" en donde lo íntimo se hace público generando una lógica de exhibicionismo virtual como supo plantear la antropóloga Paula Sibilia en su gran libro "La intimidad como espectáculo". Y claro está, estos condimentos generan una predisposición hacia ciertas narrativas disruptivas que construyen liderazgos sociales y políticos virulentos emparentados con posiciones tanáticas. Este fenómeno se constata en figuras como los "odiadores" o "haters" que pululan y anidan en las redes virtuales y sus aledaños. Son solitaristas que atacan toda forma de cooperación social buscando cortar los lazos sociales. Estos modelos empedernidos desarrollan una ideología anti-erótica especialmente violenta hacia las minorías que se "escapan" de su normalidad biotípica. Podría argumentarse que siempre estuvimos, estamos y estaremos solos, que vivir es una expedición en soledad hacia lo que uno desconoce, pero, estos tiempos promueven a "lobos solitarios" o con mayor precisión "lobos solitaristas" que reniegan de todo gesto comunitario, algo así como jugadores compulsivos, furiosos, excitados, agresivos, de un juego que en su forma extrema deviene autoritario, sí, esta tendencia al solitarismo está sostenida en el autoritarismo de la soledad como culto. Estos personajes vislumbran que las relaciones con los otros son símbolos de debilidad porque esos otros son enemigos. Los solitaristas del siglo XXI viven en un mundo distópico en donde los demás están "de más", sobran. En este contexto podría resultar clave vincular lo que estamos intentando describir con el concepto de solitariedad como patología entendida a partir de la carencia de compañía. La solitariedad solitarista puede pensarse como una posición subjetiva que busca a rajatabla experimentar un mundo de la vida sin diversidad, sin instancias o mediaciones sociales, delimitado por la cápsula del yo que deriva en lo que algunos autores han dado en llamar egofrenia. ¿Acaso la literatura, el teatro y otras hierbas artísticas están impregnadas de esta lógica? Toda pregunta se asoma al vacío.

Gabriel Penner

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