Toda Inteligencia es Artificial

 El poema lo sabe: toda inteligencia es artificial. Y estos tiempos de desarrollo pos-analógico lo reafirman, lo confirman. El poema es un organismo vivo que se instala en todas partes y se reparte, lleva en su lomo la palabra encarnada que es nada más que un artefacto de contra-inteligencia. Esta palabra-carne es una palabra viviente que enfrenta a las lógicas de la "intelligentsia" en tanto artificialidad que construye operaciones de hegemonía. Sí, el poema es una palabra-náusea, es revulsivo. Es así que el poema nombra e inaugura a su paso una ceremonia vital que está en sintonía con el pensamiento de Heidegger que escribió "El lenguaje es la casa del ser" y entonces el poema nombra lo humano, le da existencia al hombre, es. Asistimos de este modo al andar de un "Homo Lingua", el poeta como "hombre de la lengua" que se deja decir por la palabra en tanto cuerpo de poesía que se mueve a contracorriente de lo artificial inteligente.  Hoy, en medio de una "fascinación tecno" que opera capturando el goce a partir de imágenes que promueven la obsolescencia absoluta inundando cualquier instancia de la vida, la palabra poética es un intento de restituir el espacio del deseo buscando no consumirse en el acto. La diferencia entre el acto de consumo y el acto de consumación es la que se establece entre el poema y la inteligencia artificial. Esta última es el paradigma actual del consumo, opera como vehículo de consumición rápida, instantaneidad opresiva, es un lenguaje técnico que se fagocita a sí mismo, un lenguaje que se constituye en borradura, un lenguaje que detesta a la lengua y deviene pura palabra instrumental, maximización ilusoria de beneficios económicos, verbo infinitivo del hiper-capitalismo, significante de la abundancia desperdiciada. La inteligencia artificial y sus derivados conjugan "consumir" a partir del individualismo masivo transmedial. Es la última parada de la fetichización de la mercancía bajo condiciones digitales.La consumación trae otro registro, es la poesía que acarrea un "estado de acabamiento", un hacer, una poiesis que se consuma a partir de una acción en el mundo, un traer al presente. Aquí podríamos introducir el recorrido problemático que realiza el filósofo Giorgio Agamben en torno a las relaciones entre poiesis y praxis, y posteriormente entre poiesis y techné. Nos remitimos a su exquisito libro "El hombre sin contenido" y específicamente a dos de sus capítulos: el capítulo séptimo titulado "La privación es como un rostro" en donde aparece la pregunta "¿Qué quiere decir que el hombre tiene sobre la tierra una condición poética, es decir, pro-ductiva?". Ese interrogante potente y sus derivas posteriores a las premisas iniciales de Platón y Aristóteles sobre todo a partir de la Revolución Industrial y ahora más que nunca a partir del "tecno desarrollo" llevan al territorio del desdoblamiento entre la estética y la técnica. Y aquí aparece lo que Agamben teoriza como el vínculo de la obra de arte con el origen entendida como originalidad o autenticidad. El capítulo octavo del libro citado tiene por título "Poiesis y praxis" para configurar la idea de "poiein" como instancia del producir cuyo sentido es "llevar a ser" o "hacer algo presente". Y entonces crece la "palabra poiética" como un arte que genera presencia desde un "estado de suspensión", como dice el protagonista de la pieza teatral "Horacio o la inmovilidad" se trata de producir "la acción detenida, el gran oxímoron". Es el poema el animal que puede moverse en el silencio, que sabe detenerse, paralizarse, quedarse quieto, esperar. El poema produce riesgo desnudando toda mecánica artificiosa.Todo lo contrario sucede con la denominada "inteligencia artificial" que lleva en sus intestinos de plástico la reproducción del mundo postizo, juegos de artificios de la algoritmia que en nombre de la velocidad alimentan la ansiedad de los datos. Ya se dijo, toda inteligencia es artificial y el poema lo sabe. Es por eso que está al acecho. Vayamos a su encuentro.

Gabriel Penner

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